viernes, 22 de febrero de 2013

Django



En vísperas de la Guerra de Secesión Americana, King Schultz, un cazador de recompensas, libera al esclavo Django para que le ayude a detener a tres peligrosos forajidos. Una vez resuelto el trabajo y ya convertidos en amigos, Django y Schultz tratarán de liberar a la esposa del primero de las manos de un malvado terrateniente sureño.

El spaghetti western, o western a la europea, surgió como una modulación bastarda del género americano por excelencia. Basado ante todo en la violencia, los vaqueros refundados por Sergio Leone carecían de dilemas morales como los de James Stewart en las películas de Anthony Mann o de John Wayne en Centauros del Desierto. Si las películas clásicas de vaqueros (caballeros andantes de una joven nación) trataban de mostrar los valores genuinamente americanos, los pistoleros europeos actuaban, sobretodo, por una sanguinaria razón: la venganza.

En Django Desencadenado, curiosamente, Quentin Tarantino homenajea el spaghetti, americanizándolo. A su pistolero no le mueve el deseo de venganza, su misión es virtuosa, ejemplar. Django pretende salvar a amada, cautiva en un castillo sureño por un malvado ogro esclavista. De hecho, el cineasta de Knoxville relaciona la aventura de su héroe protagonista con la leyenda germánica de Sigfrido. No es la única contradicción en su homenaje. A nivel formal, las miradas penetrantes y los tensos silencios que imprimía el cine de Leone y sus predecesores, son sustituidos aquí por los afilados diálogos marca Tarantino.

Si Malditos Bastardos no era un film bélico, más bien una carta de amor al cine como manera de reformular la Historia, Django no es exactamente un spaghetti western. Tarantino ha decidido crear otro mito americano (en este caso afroamericano). El principal problema de su héroe nacional es que enmudece ante los tres secundarios que le rodean. Algo que ya ocurría en la anterior obra del cineasta, donde los Bastardos, los soldados judíos comandados por Brad Pitt, tenían menos importancia en la historia que el nazi que les perseguía (Cristoph Waltz) y la vengativa proyeccionista que encarnaba Mèlanie Laurent.

Durante la mayor parte del metraje, el refinado caza recompensas europeo (de nuevo un soberbio Cristoph Waltz) se come al pobre Django de Jaime Foxx. También los magníficos villanos tienen más profundidad que el protagonista. Leonardo DiCaprio compone con gracia y soltura un histriónico caballero del Viejo Sur más cercano a la realidad que el mítico Rhett Butler de Lo que el viento se llevó, y el gran Samuel L. Jackson se encarga de bordar el papel más complejo de todos, el de un esclavo enamorado del sistema que oprime a su pueblo.


Django Desencadenado padece de una duración excesiva, aunque el director consigue mantener el interés. Por supuesto, cuenta con grandes momentos genuinamente Tarantino, pero son menos frecuentes e intensos que en otras de sus películas. A su favor, la banda sonora, la pericia narrativa de su autor y el magnífico trabajo de los secundarios que acompañan a su tenue protagonista.